Más allá de los registros y datos estadísticos que buscan encumbrar a uno u otro jugador de fútbol como el mejor de todos los tiempos, habrá que convenir que es imposible saberlo y cada aficionado tendrá su propia elección y coronará al rey de su preferencia.
Cada uno de ellos (Di Stéfano, Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Zidane, Ronaldo, Platini, Maradona, Cristiano, Messi) se movió en contextos distintos y en diferentes épocas. Lo que sí se puede es describir las características técnicas que los hacían únicos, diferentes del resto.
Pelé es el mejor ejemplo de lo que en el mundo del fútbol se conoce como “jogo bonito”. Con una altura promedio (1.73) para el balompié, Edson Arantes do Nascimento desplegaba una técnica —casi acrobática— en la que se combinaba la fuerza y la elegancia. Si bien era diestro, un poco menos de la mitad de sus más de mil goles los marcó con la zurda; y en las pelotas áreas, sus cabezazos eran inalcanzables.
Como pocos, tenía una visión periférica del campo de juego y podía ceder pases a sus compañeros sin siquiera mirarlos. Era fascinante admirar el despliegue y habilidad —a una gran velocidad—, de sus quiebres, regates y amagues que dejaban en el suelo a sus rivales de turno.
Los niños de los sesenta y setenta, que tuvimos la suerte de ver jugar al rey, podemos afirmar que el fútbol de Pelé se parecía a la perfección. Había mucha magia en sus movimientos y despliegues físicos, porque a la viveza y astucia barrial innata, supo sumarle una técnica atlética depurada y armoniosa, con ribetes de acrobacia circense. El espectáculo de su presentación en el gramado de un estadio de fútbol era, como se puede decir de pocos, una verdadera obra de arte.
Los futboleros del mundo aplaudimos de pie la legendaria y mítica vida de este “Atleta del Siglo” que nos regaló admirables recitales futbolísticos.
Este garoto, Edson Arantes do Nascimento, de ser un humilde lustrabotas, pasó a ser para siempre en la memoria del fútbol mundial, “O Rei”.
Alfonso Cortez 