Publicado en El Deber el 5 de mayo de 2017
En alguna época estuve haciendo yoga, procurando encontrar espacios para meditar. Aunque notaba progresos, instalarme en el ‘aquí y ahora’ no siempre me era fácil. En cambio, cuando comencé a correr largas distancias en soledad, a un ritmo constante, pude aplacar el torbellino de pensamientos que giraban en mi mente. En algún momento, reconocí la conciencia del ‘aquí y ahora’ obteniendo estados de meditación estables y profundos que aliviaban mi estrés y ansiedad.
Los entendidos dicen que aquietando los remolinos mentales y emocionales se activan los principios de la conciencia plena. Quien nunca ha corrido, no entenderá cómo es que se puede hacer de un entrenamiento una experiencia meditativa. La idea no es nueva. En 1974, en pleno boom de salir a correr en EEUU, se publicó el libro El Zen del correr, de Fred Rohé, en el que ya se menciona esa sensación de correr con la mente en blanco, a la que se llamó meditación en movimiento.
No soy un experto en el tema, lo que puedo relatar es mi propia experiencia. Los primeros kilómetros los ocupo para calentar mi cuerpo y despejar la mente. Luego centro mi atención en lo que estoy haciendo: correr. Estoy presente y focalizado en esa única actividad, prestando atención a los movimientos de mi cuerpo y concentrándome en inspirar y espirar. Después de unos minutos de ritmo constante, el diálogo mental interno comienza a disminuir, y consigo meditar en movimiento.
Este estado no lo alcanzo siempre: en muchas ocasiones, si corro con música, esta ocupa toda mi atención; otras, el entorno me atrapa. Las carreras de fondo exigen constancia, disciplina y aprender a luchar contra la fatiga y el dolor. La meditación es también un ejercicio que demanda constancia, disciplina y fuerza de voluntad con pequeños progresos y mucha práctica.
He leído en alguna parte que tanto la meditación como el running son dos formas de ‘adicción’ positiva. Ambas ayudan a desarrollar la confianza en uno mismo, el autocontrol, la aceptación y, desde luego, la salud. La sensación que provoca el running es corporal, tangible y concreta. La meditación, en cambio, es más difícil de definir, y se percibe en la serenidad, paz y tranquilidad emocional que uno puede alcanzar.
El libro Por qué corremos. Las causas científicas del furor de las maratones, de Martín De Ambrosio y Alfredo Ves Losada, señala que “correr es un viaje hacia adelante, y también hacia adentro. Y como todo ejercicio de introspección, tiene sus beneficios y sus riesgos”. O como lo escribió Nietzsche, con su peculiar estilo: “Si miras durante mucho tiempo un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.