Publicado en El Deber el 31 de marzo de 2017
Salir, muy temprano, a correr por las calles de las ciudades vacías permite observar con claridad, y desde una perspectiva diferente a la de estar en un vehículo, la cruda realidad del pavimento, losetas, aceras, jardines, parques, bancos, animales, paredes y un largo etcétera, que es casi invisible cuando los habitantes y sus automóviles lo inundan todo. En Santa Cruz de la Sierra vivimos en medio del caos, la suciedad y el desorden. Hay muy pocas calles o avenidas en las que el asfalto o las losetas no tengan desniveles o grietas. Las pocas aceras peatonales que existen están con escombros, despojos, letreros, orines, excrementos e inimaginables objetos y artefactos botados por inconscientes vecinos que creen que el espacio público es un gran basural. Un detalle, que seguramente alegrará a los que ‘confeccionan’ las estadísticas oficiales: lo que más se ve en las calles son bollos de coca mascada, escupidos por algunos de los siete de 10 que habitualmente la consumen.
Otro tema son los animales callejeros. Para quienes les tememos, sin llegar a ser cinofóbicos –sentir miedo irracional hacia los perros–, transitar por las calles de nuestro pueblo es toda una temeraria carrera de obstáculos. Están sueltos, sin correa, babeantes y dispuestos a perseguir y ladrar a cualquier intrépido que ose pasar por su lado. Hay que apurar el paso y practicar el típico ademán –que ellos ya conocen– de supuestamente recoger una piedra para ahuyentarlos. O controlar el miedo y cruzar a la vereda de enfrente cuando se divise a un cuadrúpedo con afilados colmillos y muchas pulgas. Nuestras miserias no solo se reflejan en la cochinera en la que vivimos, sino también en el descuido y vandalismo que sufre la poca infraestructura pública existente: bancos desvencijados, canales de drenaje desportillados, señalización vial depredada, jardines descuidados, cables enmarañados y revueltos, contaminación visual de letreros que cubren incluso monumentos, espacios que son de todos pero que son ‘tierra de nadie’.
Cuando ‘despiertan’ los automotores, esta inmundicia se mimetiza entre la anarquía y el caos que estos provocan. Gracias al viento de nuestras llanuras, algo del smog contaminante de los escapes de estos motores se dispersa. La basura y la contaminación ambiental se ocultan bajo la alfombra del ruido, la furia, la rutina y la vorágine de la gran ciudad. Una regla básica de la convivencia dice que hay que limpiar lo que se ensucia. Los discursos querendones de la patria chica no se plasman en el cotidiano vivir. Las sucias y deslucidas calles nuestras de cada día evidencian nuestro desapego, indiferencia y apatía