Publicado en El Deber el 7 de abril de 2017

La novela El Escritor de Epitafios, del chileno Hernán Rivera Letelier, es la historia de un viejo escritor que, luego de retornar del exilio, pasa sus apacibles días bajo el toldo de un café donde desarrolla su actividad literaria llena de luz intelectual y rica experiencia espiritual. Desde ahí observa, disfruta, reflexiona y mira pasar la vida, además de reunirse con sus amigos y debatir acerca de la naturaleza de los ángeles y su vínculo con el acervo humano. Él es el ángel de esta historia, y una ‘niña gótica’ de 16 años, que casualmente pasa un día, es el ‘ángel felino’ que le trastoca su existencia y se convierte en su musa inspiradora.

El personaje debe su apodo al pedido de un parroquiano del café al que se le ha muerto el hijo. Le ruega al escritor “alguna cosita para grabarla en la lápida”. El padre, encantado con el texto, le provoca una pequeña fama sobre el tema y, desde esa ocasión, es constantemente requerido para escribir epitafios y obituarios.

Se recrean y citan muchos textos con humor y sarcasmo, como la frase: “Más mentiroso que un epitafio”. El personaje, en sus reflexiones, considera que eso de que “no hay muerto malo” debe venir del tiempo de los egipcios, que veneraban y exaltaban con exceso las virtudes de sus difuntos, hasta construirles formidables monumentos fúnebres piramidales. Se cuentan también anécdotas de famosos como que a la muerte de Tom Kitten, el gato del presidente John Kennedy, apareció publicada una nota necrológica en un diario de Washington en la que se leía: “Contrariamente a los humanos en su posición, Kitten no escribió sus memorias ni buscó sacar provecho de su estancia en la Casa Blanca”.

Entre algunos de los epitafios memorables por su irreverencia están citados el que dejó escrito Molière: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”. O el de Groucho Marx: “Disculpe que no me levante”. Y quizás el más cómico, el que dejó escrito el actor que por años le prestó la voz a Bugs Bunny: “Eso es todo, amigos” (That’s all folks).

El texto que podría llevar nuestra lápida me dejó pensando en una técnica que alguna vez vi en la terapia, que es justamente escribir aquello que a uno le gustaría que fuera recordado por quienes le sobreviven. ¿Qué nos gustaría que diga nuestro epitafio? Y, por lo tanto, ¿qué estamos haciendo para que ese texto sea sincero con nosotros mismos y refleje lo que en vida fuimos?

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