Publicado en El Deber el 14 de abril de 2017
Desde 1967, el 2 de abril, coincidiendo con la fecha del nacimiento del escritor Hans Christian Andersen, el IBBY (International Board on Books for Young People) promueve la celebración del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil para promocionar los buenos libros y la lectura entre los más jóvenes. El IBBY es un colectivo fundado en Zúrich en 1953, compuesto por asociaciones de todo el mundo comprometidas con propiciar el encuentro entre los libros y los niños. Desde hace siete años, editorial La Hoguera realiza en abril una actividad gratuita dedicada a los lectores más pequeños. Se presentan dos o tres títulos infantiles, finamente ilustrados y cuidadosamente seleccionados por su calidad. Además, se adaptan algunas de estas historias para que una compañía de teatro las represente o un hábil cuentacuentos narre los textos frente a centenares de niños.
Este año no fue la excepción y el encuentro tuvo lugar, con la misma alegría y entusiasmo, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en La Paz. Sin embargo, un mensaje que llegó a la cuenta institucional de los organizadores dejó un «mal sabor de boca» y la sensación de que vivimos en un país surrealista, sin la protección del Estado (en ninguna de sus instancias) y a merced de vividores que se amparan en la maraña legal y en la inoperancia de organismos estatales que supuestamente deben proteger los derechos de sus ciudadanos.
El mensaje advertía que se había registrado la celebración del Día Internacional del Libro Infantil en el Senapi (Servicio Nacional de Propiedad Intelectual) y que cualquier evento con ese rótulo debería coordinarse con el remitente. En un segundo mensaje decía que deberían haber «consultado con su persona o, en su defecto, cancelar los derechos por el uso de ese nombre». Menos mal que la invitación señalaba «festejo del Día del Niño» y no hacía referencias a la fecha internacional, que en Bolivia, al parecer, ya tiene dueño. La prensa, sin conocer este absurdo, hizo referencia a que el evento formaba parte de la celebración mundial.
Esta infeliz anécdota me hizo acuerdo a la «teoría del balde de cangrejos», que la adaptaré a nuestra triste realidad: cierto día, un turista, mientras descansaba en una playa latinoamericana, observaba a un hombre que pescaba cangrejos y se dio cuenta de que echaba ciertos cangrejos en un balde con tapa y el resto, en otro sin tapa. Con mucha curiosidad se acercó a preguntarle a qué obedecía la clasificación. El pescador le contestó: unos son cangrejos latinoamericanos, mientras los otros son japoneses. A los japoneses los tapo porque si no, se montan uno encima del otro y el que llega arriba, empieza a ayudar a los demás a salir del balde. ¿Y a los otros?, le preguntó el turista. ¡Ah, a esos no es necesario ponerles tapa, porque cuando alguno intenta subir, los demás lo jalan hacia abajo y todos permanecen dentro!