Publicado en El Deber el 20 de enero de 2017
Hace unos días estuve en el cumpleaños de una amiga y conocí a un suizo casado con una cruceña. En ese encuentro –rociado de mucho vino– me acordé de la famosa frase de nuestro presidente: “Estaremos mejor que Suiza en 10 o 20 años”, así que aproveché para hacer algunas preguntas y validar este vaticinio. Como además, el 22 de enero se cumplen 11 años del Gobierno de Evo Morales, me pareció una buena oportunidad para evaluar las dotes de futurólogo del primer mandatario.
Para no perder el buen ánimo, iniciamos la comparación con algunos números en los que estamos por encima de los helvéticos: nuestro territorio es 26 veces más grande (y ya era así antes de la llegada de Evo). Somos dos millones más que los suizos y, además, les duplicamos en la tasa de natalidad (ambas cifras para la polémica). Porcentualmente al total del gasto público, nuestro gasto en defensa es el doble del suizo (la guardia suiza del papa es más barata que los Colorados de Bolivia y que sus camaradas de armas).
Al cierre de 2016, el PIB per cápita suizo era 26 veces el nuestro. En números redondos, si el valor total de los bienes y servicios generados en un año por cada uno de nuestros países lo dividiéramos entre la población, cada suizo se metería 80.000 dólares al bolsillo, mientras que un boliviano alrededor de 3.000 (harta ventaja nos llevan en esto los suizos).
Frente a nuestro desquiciado capitalismo de Estado y los pobres resultados de la millonaria inversión pública en los últimos años (Cartonbol, San Buenaventura, Enatex, Lacteosbol, Papelbol), los suizos siguen alentando la presencia de las casas matrices de algunas de las corporaciones multinacionales más grandes del planeta (Glencore, Nestlé, Novartis, La Roche, Adecco, Swatch, Richemont). Solo Nestlé S.A., con más de 300.000 en decenas de países, tiene ganancias anuales netas cercanas a los diez mil millones de dólares, convirtiéndose en la compañía agroalimentaria más importante del mundo.
Como las comparaciones me iban desfigurando –el vino también hacía su parte–, decidí hablar de nuestras semejanzas. Convenimos en que ambos países tenemos algunos paisajes montañosos similares y los dos carecemos de salida al mar. Como buen suizo –neutral y cortés– me comentó que algo del cacao boliviano debe ser usado como ingrediente en sus famosos chocolates. Lo triste es que ese país mediterráneo tiene una moderna flota marítima que transporta nuestro barato cacao de ida y lo regresa procesado y envuelto en papel celofán, multiplicando por 100 su valor de mercado.
Aunque sea lo contrario, los Alpes siguen siendo más altos que los Andes.