Publicado en El Deber el 27 de enero de 2017
El elogio excesivo y recurrente de las cualidades de un líder se conoce como adulación. La admiración sin límites, carente de críticas, casi patológica, es muy común alrededor de los caudillos. El adulador y el narcisista son caras de una misma moneda, no pueden existir el uno sin el otro. Sin embargo, la mayor parte de las veces, el halago es un arma de manipulación. El adulado –por lo general, soberbio y vanidoso– baja sus defensas y confunde las verdaderas intenciones de quienes lo exaltan y se vuelve presa fácil para ser manipulado.
Se manipula adulando al jefazo cuando se quiere obtener beneficios personales, perdones y ventajas. El adulado es inducido a un estado hipnótico en el que se cree una divinidad. Por lo tanto, es muy propenso a alejarse de los problemas terrenales y ocupar su tiempo en actividades intrascendentes que considera de vital importancia. Mientras tanto, el otro calcula sigilosamente su siguiente movimiento para obtener lo que quiere, que no es precisamente un beneficio colectivo.
Aristóteles decía que “todos los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”. Si uno escucha o lee las declaraciones de una buena parte de los servidores públicos, pareciera ser que estamos rodeados de una corte de aduladores. Se puede percibir claramente la inocultable búsqueda de hacer buena letra y ganarse las simpatías del todopoderoso para ser tomados en cuenta en el reparto de las dádivas.
Se dice que “la necesidad tiene cara de hereje” cuando una persona se encuentra en una situación desesperante y hace algo que nunca haría en otra circunstancia para poder sobrevivir. Debe ser mucha la penuria económica por la que atraviesan algunos porque, de otro modo, es incomprensible el nivel de intransigencia con el que defienden acciones y políticas públicas indefendibles.
El comportamiento del militante, fanatizado ideológicamente, es hasta justificable. En la mayor parte de los casos, es un recurso para suplir incompetencias y buscar cobijo y seguridad económica. Lo que no se entiende es la actitud de algunos intelectuales, exacadémicos, profesionales diversos, individuos con pensamiento progresista, exlíderes de opinión y críticos del sistema, promesas políticas de recambio, todos ellos convertidos en perros falderos de un amo omnipotente e insustituible.
Es muy triste y vergonzoso ver tanto adulón, lisonjero, halagador, zalamero, alabador, empalagoso, rastrero, indigno, lamedor, admirador, ‘llunku’, tirasaco, sumiso, genuflexo, fanático, exaltador, ‘amarrawatos’, obsecuente, dócil, manso y servil.