Publicado en El Deber el 18 de agosto de 2017
Si uno llega a una ciudad en avión, la primera impresión que tiene de esta es la de su aeropuerto. Lastimosamente, en nuestro caso, esa primera impresión no es de las mejores. Viru Viru está lejos de ser la bella terminal aeroportuaria que, con un crédito concesional de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA), se inaugurara en 1983. Su diseño respondía a la corriente del movimiento moderno que “analiza racionalmente los requerimientos funcionales y rechaza detalles decorativos de tendencias arquitectónicas anteriores”. El sello japonés estaba presente en la sencillez de sus líneas y formas; la amplitud en el espacio permitía circular con fluidez; ventanales de luz natural aumentaban esa sensación; y jardines interiores brindaban un ambiente de paz y armonía.
Más allá de que las intervenciones han deslucido su apariencia, su propia funcionalidad es ahora cuestionable. El pasajero internacional al salir del avión, camina hacia un primer obstáculo, gradas que lo conducen a Migración para enfrentar interminables filas. Al recoger su equipaje, si el escáner funciona, debería salir directo a la terminal de pasajeros. Sin embargo, un botón lo obliga a una azarosa revisión manual de maletas por parte de la Aduana. Pasado ese sofocón, al tomar un taxi, sufre las mismas incomodidades de la gran mayoría de vehículos de transporte público: mal olor, conductor desaseado, auto destartalado, sin aire acondicionado y violación de todas las reglas de tránsito.
El nuevo acceso (G-77) tiene un trazo que le quitará fluidez al diseño anterior. La gran recta de ingreso, rodeada de pasto y palmeras, ha sido invadida por letreros y pantallas luminosas. El parqueo -todavía gratuito-, con un grotesco enmallado, parece un corral de animales. Sus angostas y lejanas puertas son irritantes bretes para quien arrastra maletas bajo un inclemente sol, y peor si hay lluvia. La circulación peatonal dentro la terminal está llena de obstáculos, y en su tramo más crítico, muy cerca de los baños. En estos, los secadores no funcionan y las puertas carecen de picaportes. Los jardines han desaparecido y han proliferado un sinfín de locales comerciales, ofertas culinarias y ventas de chucherías. El decorado original ha sido reemplazado por propaganda gubernamental. La administración parece estar más preocupada en la recaudación, que en el servicio que ofrece a sus usuarios.
Se sabe que la ampliación ya ha sido adjudicada a una empresa china. La pulcritud y prolijidad japonesa parece estarse achinando.
Estéticamente arruinaron la obra al romper el diseño y agregar parches.En cuanto al respeto introdujeron el maltrato a quien llega, como para que no regrese más. ¡Qué asco de ineptos!
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Da mucha pena, tristeza, rabia e impotencia.
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