Publicado en El Deber el viernes 1 de noviembre de 2019

En la historia contemporánea, la juventud ha tenido un rol protagónico en los diversos procesos sociales y políticos del país. En las décadas de los 70 y 80, los jóvenes tuvieron una destacada participación política, imbuidos por un fuerte compromiso con el cambio social, la resistencia a las dictaduras militares y la conquista de los derechos plenos de la democracia. Durante el período neoliberal, con una crisis del sistema de partidos políticos, el protagonismo fue tornándose en apatía. Parecía que a los hijos de la democracia poco o nada les importaba los derechos obtenidos por sus progenitores. Los jóvenes bolivianos, que tienen menos de 30 años, al único presidente que han conocido —en una papeleta electoral—, es a Evo Morales y su relación con el sistema democrático parecía contradictoria y de desencanto.

Mucho se ha escrito sobre el escaso interés en asuntos políticos de la juventud del siglo XXI. Se les ha apuntado el particular retraimiento a lo privado y la desconfianza hacia lo público. Se ha hecho hincapié en su excesivo individualismo, rayano con la soledad, de escaso contacto personal con otros. Se les critica la intensa conexión cibernética, que es una ilusión de comunicación plena, instantánea y planetaria, pero ausente del mirarse a los ojos, o de la piel contra la piel, del encuentro personal. Las coordenadas ideológicas y políticas del pasado, parecían alejadas de esta generación y no había identificación, menos compromiso.

Sin embargo, una primera señal de que algo había cambiado, o que se hizo visible de manera inobjetable, fue la participación juvenil, a través de plataformas, colectivos y otras formas de organización social, durante la campaña del referéndum del 21F de 2016. Este inédito plebiscito, en el cual muchos veinteañeros votaban por primera vez, puso en evidencia que las nuevas formas de comunicación digital —de esta generación— iban a imponerse en la propaganda electoral. Las redes sociales, con todas sus aplicaciones, ventajas, desventajas y características particulares, marcaron una distinta forma de comunicación, más horizontal, inclusiva, participativa y cercana a este joven elector.

Las jornadas de paro general indefinido que estamos viviendo en Santa Cruz de la Sierra (escribo estas líneas cuando aún no hay definiciones sobre la elección del 20 de octubre) nos muestran que el aparente desinterés de la población juvenil en las instituciones democráticas está totalmente descartado. Son, mayoritariamente jóvenes, quienes organizan los cánticos, las barricadas, las manifestaciones, las tareas políticas, los mítines, los grupos de redes sociales, la narrativa discursiva, los memes, los videos, la ayuda solidaria, el recojo de basura, la concertación de acciones y toda la descomunal logística que demanda una de las manifestaciones ciudadanas pacíficas más grandes que se tenga memoria en este pueblo.

Si alguien tenía temor de que las nuevas generaciones no crean suficientemente en las instituciones democráticas, y que estas estructuras erosionen y cedan frente a aventuras autoritarias y despóticas, puede quedarse tranquilo. Frente a la dictadura, la juventud está presente. Los jóvenes bolivianos, de diferentes estratos sociales, están demostrando —en las calles— que “no se cansan y no se rinden”.

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