Publicado en El Deber el viernes 20 de marzo de 2020
La pandemia de Covid-19, eventualmente, será controlada y aparecerá alguna vacuna para su prevención. Sin embargo, acabará con la vida de miles de personas de casi todas partes, como lo vienen haciendo otras tantas enfermedades e injusticias sociales, de las que nadie habla o con las que nos hemos acostumbrado a coexistir. ¿Qué debemos aprender de este fenómeno global? ¿Qué podría dejarnos esta desgracia planetaria?
Estos tiempos de pánico y constatación de la fragilidad de nuestra propia existencia son ideales para meditar, especular y crear nuevos paradigmas, personales y colectivos, que nos permitan enfrentarnos a nuestros miedos. Uno de ellos, quizás el principal, el miedo a la muerte. Mario Vargas Llosa, en un reciente artículo señalaba que “la religión aplaca ese miedo, pero nunca lo extingue, siempre queda, en el fondo de los creyentes, ese malestar que se agiganta a veces y se convierte en miedo pánico, de qué habrá una vez que se cruce aquel umbral que separa la vida de lo que hay más allá de ella: ¿la extinción total y para siempre?, ¿esa fabulosa división entre el cielo para los buenos y el infierno para los malvados de un dios juguetón que pronostican las religiones?, ¿alguna otra forma de supervivencia que no han sido capaces de advertir los sabios, los filósofos, los teólogos, los científicos?”.
Cuando nos sentimos al filo del despeñadero, o así nos hacen creer todas nuestras inagotables fuentes de información, es el momento para preguntarnos: ¿qué es lo que verdaderamente importa? y ¿qué ha desnudado el miedo en nosotros mismos, en nuestro comportamiento y en el de nuestra comunidad? En este mundo globalizado, hiperconectado y de comunicación instantánea, como en ninguna época, podríamos intentar, como especie, dar una respuesta a la pregunta: ¿qué nos dice la Tierra con todo esto?, ¿estamos sobrepoblados?, ¿le damos crédito a las teorías conspirativas?, ¿nuestros modelos económicos han fracasado?, ¿todo es parte del curso natural en nuestro viaje cósmico? o ¿es el universo que busca volver a su equilibrio?
Un agnóstico, como Vargas Llosa, remata: “Para todos nosotros es difícil aceptar que todo lo hermoso que tiene la vida, la aventura permanente que ella es o podría ser, es obra exclusiva de la muerte, de saber que en algún momento esta vida tendrá punto final. Que si la muerte no existiera la vida sería infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetición cacofónica de experiencias hasta la saciedad más truculenta y estúpida. Que es gracias a la muerte que existen el amor, el deseo, la fantasía, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante. La razón nos lo explica, pero la sinrazón que también nos habita nos impide aceptarlo. El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra”.
Quisiera creer, como lo cree Jorge Drexler, que pasada la pandemia: “volverán los abrazos / los besos dados con calma / si te encuentras un amigo / salúdalo con el alma / sonríe, tírale un beso / desde lejos sé cercano / no se toca el corazón / solamente con la mano (…) la paranoia y el miedo / no son, ni serán el modo / de esta saldremos juntos / poniendo codo con codo (…) y que sea el amor el que incline la balanza”.