Publicado en El Deber el 20 de octubre de 2017
A raíz del conflicto en Cataluña, un buen amigo -que sabe de mi admiración por Joan Manuel Serrat-, me increpó diciendo: “Parece que tu ídolo está borrando con el codo lo que escribió con la mano”. Esta interpelación me llevó a investigar, y desde lejos, intentar comprender un fenómeno social que ha puesto en el tapete internacional la fragilidad de las actuales delimitaciones territoriales y la posibilidad de aparición de nuevos Estados o nuevas formas de organización de los mismos.
Para el 1-O (primero de octubre, día del referéndum catalán), Serrat, junto con Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos, estaba en gira por Latinoamérica celebrando los 20 años del espectáculo El gusto es nuestro. El Nano -como también es conocido Joan Manuel-, declaró que se oponía a la consulta porque las formas y condiciones no le parecían transparentes, lo que le acarreó numerosas críticas de los independentistas. Hay que recordar que a Serrat se lo reconoce como uno de los pioneros de la Nova Cançó catalana, que tenían como referente a la chanson francesa, y defendían su lengua natal durante la dictadura franquista.
Es muy famosa la anécdota del festival de Eurovisión de 1968, cuando la Televisión Española escogió la canción La, la, la del Dúo Dinámico, para representarla, y designó a Serrat para cantarla. Éste, de manera valiente, presentó su renuncia porque no le iban a permitir cantar en catalán. Hoy, casi 50 años después, vuelve a la carga con otro valiente punto de vista, que ahora le genera adversarios internos.
“Prefiero pasar miedo que vergüenza”, afirma Serrat criticando tanto al gobierno del Partido Popular por “ningunear” el conflicto independentista dejando que las cosas “se fueran pudriendo” sin buscar una salida; como a los partidos políticos que han impulsado la consulta. “A ambas partes les convenía mantener esta circunstancia para tapar unos años de recortes económicos y corrupción política muy grande, todo esto ha desaparecido del informativo”, concluye el cantautor.
Decir públicamente lo que uno piensa, manifestar una posición respecto a un tema específico, discrepar de la gran mayoría, es un derecho fundamental de cualquier ser humano. Sin embargo, cuando hay situaciones de extrema polarización, surge una silenciosa presión social que, en muchos casos, obliga a la autocensura.
Recuerdo muy bien que un fenómeno parecido ocurría cuando el proceso autonómico se estaba gestando, en la mal llamada media luna boliviana. No había posibilidades ni espacios para el disenso, y solo era viable el discurso único. Esto mismo debe estar pasando actualmente en las filas del partido oficialista. Estoy seguro de que debe haber militantes y allegados del MAS que no están de acuerdo con algunas políticas de gobierno -como el intento abusivo e inconstitucional de la reelección-, pero son muy pocos los que tienen la valentía de discrepar o disentir en público, y arriesgarse a la censura o el maltrato interno.
Este catalán universal reclama que los gobiernos de España y de Cataluña dialoguen para salir de la crisis política en la que están inmersos, y que si no tienen voluntad, “se aparten y dejen que otros lo hagan”. Serrat es categórico al afirmar: «Lo que hoy vivimos en Cataluña, señoras y señores, es un fracaso. Y como dijo el intelectual Joan Fuster, un fracaso nunca se improvisa. Se construye».
Falta diálogo
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Y voz propia. Sin cálculos ni intereses.
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